jueves, 19 de enero de 2012

+Aunque no cantemos para ti, cantaremos contigo+

Solitaria en sus recuerdos, con tan solo 17 años, se sentaba horas enteras a contemplar el paisaje, a sentir como el aire frío le rozaba las mejillas, como se le secaban los labios y como sentía que se le helaba la nariz cada vez que inhalaba. Veía como el vaho iba saliendo se su boca cada vez que suspiraba.
Abajo, casi al final de aquél espeso y extenso bosque había una cascada, allí se mojaba los pies desde que era niña, cuando escapaba de los trabajos que le otorgaba su abuelo sin que este se diera cuenta y fue allí cuando se enamoró del agua pura de esta, de los peces que se sumergían cada vez que ella se acercaba y que con el tiempo le reconocieron y tomaron confianza.
De repente se sentaba en los troncos, a contemplar los pájaros emigrantes por el invierno, a percibir cada pequeño ser vivo que se encontrara cerca de ella, le fascinaba la naturaleza, le fascinaba sentarse a ver el atardecer, el crepúsculo cuando el cielo se ponía violeta mientras el sol se escondía ente las montañas que se percibían al fondo.
Después de varias tardes de otoño, finalmente llegó a aquél bosque nuevamente, donde empezaron a caer los primeros copos de nieve que el invierno trajo para ella... vio como el agua de la cascada empezaba a tornarse sólida y como el aire que era frío se Con nostalgia cerró los ojos y comenzó a recordar aquella tarde de invierno donde salió a pasear algunos años atrás, cuando aún era una niña. Recordó con nostalgia que ser adulto era el fin de la magia, esa que sólo los niños entienden y de sus ojos salieron dos lágrimas que al caer por su cara se fueron congelando.
Recordó entonces cuando de entre los árboles se había desprendido una de las últimas hojas que quedaban en las ramas y que por el peso de la nieve cayó entre sus manos. Con torpeza ella la acercó a su nariz y la olió con delicadeza e inocencia y cuando abrió nuevamente los ojos vio como curiosos los animales le sonreían.
Ella se acercó a ellos y se dejaban tocar de ella, lo que antes sonaban como ruidos animales, luego se convirtió en una hermosa canción que ningún humano aparte de ella podría haber entendido y fue como durante los siguientes años volvía cada invierno a esperar que la última hoja cayera para entonces así desatar la magia de los animales que cantaban gustosos para ella.
Al cumplir los quince años volvió al bosque aquél como de costumbre por los últimos años y esta vez espero a que la hoja cayera, pero cuando cayó y la hoja y la acercó a su nariz le olió a podredumbre y ya no estaban los animales, simplemente podía escuchar el viento que se colaba entre los árboles.
Sintió pena por ella y se preguntó si se hallaba en el árbol equivocado pero recordó que había marcado este árbol con una cinta roja que seguía allí cuando miró la cúspide de este...
Sintió pena nuevamente por sí misma...
De repente se comenzó a alejar, pero sintió que alguien le seguía, era un conejillo gris que en su pata llevaba atado un papel... éste se acercó a ella y con curiosidad Christine tomó el papel que este traía, cuando se volvió hacia el conejo este ya no estaba.
Christine leyó en voz alta:
Para tu cumpleaños número quince ya habrás dado el último paso para ser una mujer adulta y es por eso que ya no verás de la misma manera la magia que trae la naturaleza consigo. Ahora eres un adulto y aunque recordarás lo que has vivido en los últimos años, esta será la última vez que la naturaleza cante para ti.
Christine cerró los ojos y aferró el papel a su pecho, pero cuando abrió los ojos y se volvió al papel no eran más que hojas de otoño secas y malgastadas.
Se marchó con tristeza, pero con la esperanza de poder escuchar nuevamente cantar a la naturaleza.
Dos años después se hallaba nuevamente allí y esa vez había decidido darle su último regalo a la naturaleza... esta vez cantaría ella para los animales y los árboles...
Comenzó a cantar su canción, acapella, luego el viento le acompañó en a segunda frase y así se le fueron uniendo los sonidos de la naturaleza en su canto hermoso...
Al final, entre el viento escuchó una voz que no conocía..
Y le dijo al oído.. quizás ya no cantemos para ti, pero si podemos cantar contigo...
Christine volvió a casa feliz y desde entonces compuso canciones para llevarlas cada otoño y cada invierno y que la naturaleza se uniese a ella en su canto. Escribió un diario y al día de morir, su hija frecuentó el bosque donde repitió la misma historia.

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