viernes, 23 de diciembre de 2011

+Violeta, eres la música+

Entre tanto y tanto se fueron llenando las copas, los lugares vacíos, se fueron secando las lágrimas, esas que durante meses no cesaban; me atreví a responder a un "te amo," me atreví a escudriñar entre los sentimientos, dentro del alma y llegué hasta el fondo, a ese fondo que parece no acabar, a ese que cada día se hace más extenso y más profundo.
A una cuestión en particular puedo responder con palabras varias, con montones de canciones, con poesía, con música, con el arte abstracto que me caracteriza, ese que sólo yo llego a entender. Pronto entre tragos de saliva, entre el ritmo agitado de mi respiración que marca los beats de una canción te puedo responder tal pregunta que me haces cada nada y que siempre respondo diferente dando rodeos sin decir nada concreto, sin tener nada de por medio, pero si quieres que te cuente un cuento puedo crear uno que sea para ti, uno que sea nuestro.
De nuestra historia ya van unas cuantas páginas, unas cuantas vividas, las otras las imagino y las recreo en mi mente ¿sabes? Desde hace tiempo no escribía con el alma en la boca, con esas tantas ganas de ir cantando cada palabra que quiero decir, que deseo escribir y por supuesto vivir y no te digo que no porque no lo hubiese sentido sino porque simplemente la claridad llegó a mí desde el momento en que pude tomarte en mis manos nuevamente, pero aquí va nuestro cuento, aquí va el comienzo de la historia. Escribiré algunas páginas para que me entiendas, para que entiendas por qué muchas veces me es tan difícil hablarte sobre lo que siento cada vez que siento como respiras cerca de mi oído. Aquí voy... aquí vamos. Perdí la costumbre de hablar en plural cuando me refiero a mí como persona, pero ahora que hablo como persona y como complemento debo acostumbrarme a usar este tiempo verbal que muchas veces olvido que existe. Aquí vamos.
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Una noche decidí vaciar mis bolsillos, olvidarme de todo aquello que existía a mi alrededor, me dejé llevar por la música, me dejé envolver en el silencio mental para así suprimir unos cuantos pensamientos que agobiaban mi cabeza. Poco a poco me fui adentrando más en la música, en la cordialidad de aquellos seres que estaban junto a mí con aquellos vasos copados de trago y hielo y yo en medio de mi sobriedad, ebria de palabras, de vacíos, de patrañas mentales. Me introduje entre una multitud, me uní a ellos creando una mancha de variedades, me creí parte de ellos por un momento, pero luego fue inútil llegar a la misma conclusión de siempre: Aquí no encajo por más que lo desee.
Seguí compartiendo sonrisas varias, esas que son efímeras, quizás hasta poco sinceras y me ubiqué en un lugar estratégico, me gusta ver más no que me vean, de repente mis ojos brillaron, ya fuere por las luces varias de aquél lugar o qué sé yo, ese lugar con un olor bien particular y poco agradable (ella lo entiende bien) y de repente me quedé esperando, esperando por el momento, ese que finalmente llegó. Las luces se apagaron y de repente estaba la música ante mí, esa que no sabía que sería mi música, pero a lo que yo llamo música de verdad. Ahí estaba, ante mí, la inspiración, la música, la sonrisa permanente que se me pinta en los labios una y otra vez.
Noche tras noche lo que comenzó como una simple maqueta lo que se fue convirtiendo en música, aquello que de repente me vicia tanto como la nicotina que me envicia cada noche un poco más mientras trato de encontrar la logía de tantas emociones reunidas. Esa música es violeta y de repente entre los vacíos se fue colando por entre los poros de mi alma. De repente pude encontrarle entre mis versos, entre mis canciones, entre las cuerdas de mi guitarra y supe allí que sería inspiración. Le soñé, le soñé sin saber qué era, le soñé entre mis manos, entre mis brazos, en mis labios, entre las noches, entre las nubes y casi siempre de madrugada. Sabía que a esa música que se coló entre mis huesos no quería regalarle la luna, no me pertenece y más allá de eso hace parte de los clichés más intransigentes que existen en el mundo, pero le dije que siempre sería la misma luna para nuestra música, esa que ella y yo creamos con el tiempo, con los momentos y con las palabras; le dije entonces que se fijara en la luna porque aunque muchos le estuvieran mirando, sabría que por lo menos pese a la distancia de sus notas y de las mías estaríamos siempre mirando al mismo punto.
Entre suspiros me fui enfrentando el tenue lila de sus palabras, que en poco tiempo se convirtió en un violeta intenso y fue allí cuando le invité a soñarnos tanto despiertas como dormidas, le invité a soñarnos bajo el árbol aquél que sólo ella y yo conocemos.
Tormentas varias arrasaron de repente con el árbol, arrasaron con la capacidad de soñarnos y se cortó la respiración, se cortó la melodía y la armonía, de repente una sensación de desesperanza se coló entre los dedos, entre las voces interiores de cada una, se cortó la inspiración, la música y fuimos parte de aquella penumbra de monosílabos que se encontraban en diferentes espacios y a destiempo. Ya no hubo más música. De entre la tierra se forjaron las raíces, pero dolían más que las agujas, nos enterramos levemente en un invierno permanente que no permitía atravesar más allá del papel con tinta derramada por doquier.
De la cafeína nació el aroma de la soledad, de la fascinación por la misantropía, nos sumergimos en un mar de desilusiones y pensamientos errados que con el tiempo se volvieron silencios incómodos, momentos de nada, recuerdos de nada, efímero, como siempre, ya la luna no sabía a mucho, probablemente empezamos a mirarla a destiempo.
Finalmente entre rocas y arena le fui dejando ir, así ella luchara por nuestra música, así se esforzara en prender nuevamente la llamita de la vela que se fue extinguiendo lentamente hasta dejarnos en la penumbra.
De repente la llama se alzó nuevamente, el hecho de poderle sentir cerca de nuevo llevó todo a un punto donde la llama fue creciendo, donde las mañanas olían nuevamente a café, donde el violeta que se había vuelto lila de nuevo renació, volvió a tomar su intensidad y se fue colando en las tardes, entre la quietud, entre los múltiples momentos de felicidad que compartimos, entre los atardeceres donde el sol iluminaba el camino muchísimo más fuerte, donde nos aferramos la una a la otra tanto que no existían los demás por un momento. La amé, me amó, la música cada vez se hizo más profunda, más hermosa, se fue regocijando en nuestras almas, en nuestro deseo intenso de seguir adelante con cada una de las notas y del ritmo que claramente lo marcaba nuestro corazón.
Aún no puedo darle final a esta historia, aún no puedo encapricharme en tener que ponerle un final que no existe aún. ¿Te ha quedado claro? A mi no, pero es lo más preciso que puedo hacerlo... continuará...

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