domingo, 6 de septiembre de 2009

+Comienzos de otoño+

*Comparto el dolor de aquellos que desean dejar de ser quienes son en el presente y deciden convertirse en nuevas personas. Aquél cambio que es como un cambio de alma, la renovación del ésta, el comienzo de una nueva vida que deja atrás el pasado y se preocupa por reconstruir aquél presente destruido por el caos brutal que nos enumera uno a uno.*

Deséame, desando, deseo... Deseo que me lleve el otoño con todas sus hojas coloradas y amarillentas que por ahora abundan en las calles de este desierto pueblo.
Camino entre las olas del viento, entre las moléculas de oxígeno y de mugre que invaden mis pulmones cada vez que inhalo y echo un suspiro al aire. Llego al parque, aquél parque infantil de madera donde hiede a humedad y a moho. Aquellos troncos podridos sostienen los columpios y crean aquél puentecito donde suelen jugar los niños; Aquellos niños que crecieron y dejaron sus sombras atrapadas en el otoño de aquél octubre de algunos tantos años atrás y que hoy me pregunto donde estarán, ¿dónde se quedaron niños? ¿Dónde dejaron los hermosos adornos de mi infancia?
Sueñan, despiertan, crecen y se van. Se los lleva el tiempo como el viento a aquellas hojas de otoño en aquellos atardeceres desolados y llenos de ventiscas repentinas que acarician sus caras largas y aburridas. Caras tan dignas de un pueblo triste y desolado como este.
Me siento a tomar una taza de té, o quizá dos, la verdad no recuerdo muy bien. Están allí cada vez que me pierdo en mis memorias al clavar mis ojos húmedos en el horizonte, al ver las sus sombras aún cuando cierro los ojos y me pierdo en el tiempo, en aquél tiempo que ya no existe y que quedó suspendido en mi memoria a largo plazo, en mis memorias más hermosas pero que me gustaría borrar puesto que en mi vida fui tan feliz como en aquellas épocas de juegos varios. Nada importaba, nadie juzgaba, sólo se soñaba con cielos estrellados y con noches en la playa, caminando de la mano de un ser amado.
Recuerdo a Isolde, su belleza única, mi única amiga, aquella que podía llevarme a ensueños tan sólo con sus ojos verdes y con aquellos hermosos rizos cobre que le hacían ver la cara tan fina como un alfiler.
Recuerdo nuestras tardes con nuestras hermosas túnicas blancas, recorriendo las montañas y valles una y otra vez, escuchando el cantar de las ninfas del bosque y tarareando a media voz a su mismo ritmo.
Una y otra vez, al ritmo de las ondas, una y otra vez bajo las nubes y aquél sol en un atardecer escarlata que se reflejaba en nuestras mejillas.
Nuestros pies descalzos palpaban la naturaleza, tocaban la tierra húmeda de aquél lugar con ese ambiente tan hermoso, tan medieval tan lleno de gracia.
Las mañanas heladas de octubre nos llevaban a ser tocadas por el hermoso rocío de la mañana, cuando a penas el sol comenzaba a salir de entre las montañas, aquél sol anaranjado digno de un amanecer como lo era allí.
Soñábamos juntas y luego bajábamos a la playa a mojarnos los pies con el mar arrebatado e indeciso sobre si mismo. Con la sal rasgándonos los pies, mojando nuestras blancas pieles e incluso mojando nuestros vestidos e incluso causándonos un par de días de hipotermia.
Otoño, aquél otoño que pasó a ser cenizas de un pasado clausurado y casi innombrable.
¿Adónde fueron a dar tan hermosos recuerdos? Me pregunto si Isolde aún los recuerda, si aún recuerda los cantos de las ninfas al atardecer y las bajadas por la cumbre montañosa que nos llevaba a esa playa que pocos habían tenido el privilegio de ver.
No tuvimos oportunidad de despedirnos, un barco se la llevó a ella dejándome tan sólo llena de recuerdos y de su sombra que jamás me ha querido mostrar la cara.
Isolde, sólo te veo en el día, ¿por qué has de macharte en las noches?
Un barco sin rumbo que se llevó todos mis sueños con el otoño, con las cenizas de las hojas quemadas por el helaje de un comienzo de invierno. Un barco que se llevó en las maletas de Isolde mis sueños, mi amor, mi corazón. ¿Por qué no tuvo el valor de llevarme a mi completa y no por partes?
Un desierto de memorias me lleva a espacios de mi mente jamás había llegado. Cada vez que tomo un cigarrillo intento olvidar, pero en el humo veo la figura de aquellas sombras que me quedaron y de las que ahora soy dueña.
Guardé las sombras como recuerdos de tantos años atrás, en aquellos baúles llenos de aquellos que se marcharon y que no pudieron despedirse puesto que se los llevaron con la guerra y con algunos otros pretextos que mis padres jamás pudieron explicar.
La guerra me fue helando hasta hacerme témpano, los recuerdos me ataban a mares de lágrimas nocturnos que se descargaban sobre mi almohada mientras recordaba aquellas palabras que tanto me dolían, aquellas palabras que me dijo días antes de su partida. Aquellas palabras que retumbaron en mi cabeza una y otra vez cada noche helada, cada noche donde la hipotermia que sentía a comienzos de invierno me hacía odiar mi vida cada día más que el anterior; ésa que me helaba, que me volvía dura, que me hacía ser parte de la nieve que pronto llegaría. Aquellos punzones de millones de agujas que no se parecían en nada a las hipotermias causadas en aquellos atardeceres por el agua helada del mar no podría compararse con aquellos campos llenos de plantas de maíz y de sueños. Aquellos campos donde antes habitaban niños y ahora sólo quedaba desolación.
Recuerdo como sueños, y entonces me despierto a veces ahogada de miedo porque sueño aún con el sonido retumbante de las alarmas una y otra vez activándose, porque no puedo dejar de imaginar cuantas cosas que vi pudieron haberle pasada a mi amada Isolde, porque la desolación me mata, porque no puedo dejar de recordar los duros colchones en los que teníamos que dormir, ni puedo dejar de recordar el sonido de las bombas y mis manos tapándome los oídos donde le rezaba a Dios que cuidase de Isolde y la mantuviese viva.
Allí estaba yo, presa de una guerra, en la mitad de un pueblo el cual fue bombardeado millones de veces pero que para mi infortunio jamás me mató ni me hizo daño. ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que sobrevivir a tan horribles recuerdos?
¿Y ahora qué? ¿Qué pasaría después de la guerra?
Sólo tenía claro que quería volver a reunirme con ellos, con los que me habían dejado sus sombras para cuidar, pero desafortunadamente jamás volvieron por ellas, ni por los recuerdos. Me dejaron como el ama de llaves de las cerraduras de todo ello sin saber lo doloroso que resultó todo al final.
Mis sueños, mis recuerdos, todo se quedó conmigo, sin saber siquiera si aún vivían o si simplemente caminaban felices en alguna ciudad cualquiera del amplio mundo.
Mi impotencia me cegó, me llenó de rabia, mis palabras fueron a la basura y pronto se llevó lo poco que quedaba en mi vida... Mis padres.
Un ensueño, una destello, olvidé mi identidad por completo. Consumida en mis recuerdos y en mis miedos me dediqué a un silencio eterno, me quedé en un mundo irreal, paralelo, una paradoja, una analogía, un cuento, o qué se yo. Allí estaba, y era más feliz, allí en aquella historia me reunía con aquellos que amaba, pero después de todos mis sueños volvieron a la realidad, y llegué de nuevo a mi realidad.
Tan sólo era una de las tantas huérfanas que dejó la guerra, tan sólo fui una más de aquellas que se escondía entre soldados y comía cualquier cosa que encontrase en su camino. Fui sólo polvo, fui sólo aquello que vivió con miedo de no poder morir.
Llegó entonces el final de la guerra y con ella las esperanzas que se fueron al mismo tiempo que éste.
Mi vida sólo pintaba un rumbo inédito, estaba sola, realmente sola, sin nadie que me guiase, sin mis padres, sin Isolde, sin mi alma, sin mi corazón, sin mí.
Mi vida quemada llegó pronto a las cenizas, aquellas que el viento se llevó, aquella piel escarapelada que tanto me ardía…
Aquellos sueños jamás se los llevó, lo único que puedo decir es que aún me pregunto si estará viva y si aún piensa en mi.
Mi amada Isolde ¿aún vives para contarlo?

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