martes, 8 de marzo de 2011

+El mísero espacio de fragilidad+

Falencias varias, una emotividad bastante cautelosa se apoderó de mí. Fascinación, ¿qué más podría sentir por algo así? Entre tanto, buscando entre las rocas, entre la basura, motivos, emociones, situaciones o quizás algo que me sacara de tal estado fue donde me encontré con algo inesperado, me encontré conmigo misma al frente del espejo. ¿Dónde estaba metida esa imagen que empecé a desconocer? ¿Dónde se había puesto ese lugar que no me quise dar durante un tiempo? Me perdí en el romanticismo, en las nimiedades en las que no debí rebuscar algo que parecía innato y me reflejé sobre el agua, sobre las ondas que causaban las hojas que caían de aquél sauce triste.

Carente de inspiración rebusqué millones de sensaciones, hace mucho no llegaba a tantas conclusiones a tantas noches en vela pensando en nada porque las carencias sobraban, parecían ser el único tema de conversación posible en mi cabeza; me abandoné, los abandoné, abandoné los estados a los que me prendí y me desprendí de la vida por unos cuantos días, me desprendí de lo cotidiano, de la rutina como tal. ¿Qué era aquello que estaba buscando? ¿Qué era aquello? ¿Por qué siento que así no esté ya no me hace falta?

Me encerré en una caja (probablemente similar a la de Pandora) me dejé morir para renacer, para lamer la heridas que por poco me estaban acabando, esas que me estaban pudriendo de a pocos y que cada vez se abrían más. Vacíos incomprensibles difíciles de rellenar, heridas abiertas imposibles de coser porque las fuerzas simplemente no bastaban y el hilo era escaso y aunque me resulta difícil entenderlo, nada más que el tiempo fue aquello que logró coser con hilo de oro aquellas tantas marcas que dejó la vida sobre mí.

El sabor metalizado de la sangre en mi boca me dejó atónita, pensé millones de veces si sería capaz de comprender el por qué, el simple hecho de no poder deshacerme de lo que considero indeseable, ese sentimiento de impotencia, de desigualdad, ese desequilibrio que no conlleva a nada más que el silencio absoluto, a un sinónimo de silencio, a una metáfora que no conocía; a un símil que describiese la palabrería, las lágrimas y el perdón por aquello que ni siquiera se llevó a cabo. ¿Dónde decidí meterme después de todo? ¿De dónde saqué fuerzas para enfrentarme a tal batalla?

Del preludio pasé al interludio con las alas invisibles que creé para volar lejos de aquellos terrenos bajos, de aquél lugar lúgubre que agradezco haber conocido pero al que realmente no quisiera volver. No quiero sumergirme en las aguas turbias de las que con poca facilidad logré escapar, salí a la superficie después de tocar fondo tras fondo, después de cavar bajo los suelos helados de la desolación, de la frustración, salí a flote, volví a ver el cielo, las nubes y las estrellas, la lluvia que decidió empaparme con su suavidad; definitivamente en mi boca había algo que podría ser todo excepto el sinsabor de la la desidia.

Estruendosos momentos, la música me recordaba las vidas pasadas, lo inservible, incluso llegué a sentir que ni siquiera la música podría revertir lo ya realizado, las frágiles lineas con las que delineé mis brazos en momentos de desespero. Me facilité entonces las vías de acceso, no sabía a donde llegaría, no sabía cuando se calmaría la corriente que me arrastraba, pero siempre guardé la esperanza, siempre guardé el pequeño motivo y me hallo aquí fascinada por nada, pero a la vez llena de lo invisible. Ahora espero, espero con tranquilidad y sin mucho miedo. Sé que aunque no estoy del todo fuera, un gran porcentaje de mí se halla fuera de aquélla desafinidad que resulta ser mis flaquezas.

Me dirijo entonces con los pulgares más firmes que nunca, con los índices manchados de experiencias y con los deseos más ardientes que nunca, me dirijo a la fragilidad, me dirijo a ella con firmeza, con decisión, marco las equis, marco en círculos rojos y voy danzando con mis dedos que danzan con la pluma y la tinta sobre el papel que resulta la pista de baile más fascinante que he conocido. Me deslizo, me muevo, sonrío y sigo en paz, escupiendo montones de palabras, escupiendo en la cara de muchos que quisieron verme caída pero que no lograron hundirme hasta el fondo y me río de ellos y de sus malos deseos o en efecto me burlo de sus deseos hipócrita...

Abnegando mi posición ante varias palabras, arrojando sinceridad ante los ojos tenues de muchos, me veo obligada a partir, me veo obligada a dejar en claro que hay más fuerza en mis palabras que en la misma noción de mi esencia, pero no puedo negar que la fortaleza adquirida de cada recaída hace que mi esencia tome más forma, más fuerza. El alma joven y el joven cuerpo habrán de aprender de tantas caídas como de tantos levantamientos y renacimientos. De seguro la fuerza impulsará esos latidos varios que muchas veces carecen de realismo, aquellos pálpitos que golpean en el pecho y que de cierta manera logran cuestionar una pieza de la existencia. Los ojos que alguna vez miraron con desdeño ahora sólo se concentran en encontrar plenitud, la que ya empiezan a ver y aquella que las palmas de la manos pueden sentir. Ese halo de inspiración, ese halo de afinidad con la vida, ese halo de ser o no ser lo que se fue sino de reorganizar lo que ya estuvo está más presente que nunca.

Cantaré entonces sin miedo, gozando las notas, imprimiendo frágiles notas de agrado para los oídos que son aquellas disonantes que en algún momento salieron a flote pero que han recuperado su armonía. Gracias a ti la noche, gracias.

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