jueves, 16 de diciembre de 2010

+Sumas y restas paradógicas+

A veces me queda grande, no es que se me facilite mucho destacar ciertos pensamientos, ciertas emociones, esas que se sienten pero que no tienen algún tipo de explicación. Es curioso como funciona la mente, es curioso como se siente el alma de vacía muchas veces, como se intercambian palabras por un poco de consuelo, algún tipo de apoyo que finalmente es un simple consuelo para diluir la realidad en fragmentos de hipocresía, de libres pedazos mundanos de nada que se quiebran con la fragilidad.
Es fácil sentarse a ver pasar el mundo, a ver como todo se aleja y uno simplemente deja ir cada sensación con desazón pero con un sabor único de tristeza por no poderse arrancar ese increíble sentimiento de decepción, de impotencia, ese maldito sentimiento que empieza a comerse como el moho el alma de a pedazos.
Infinidades de palabras, varios estados, varias facetas, entre esas el engaño, el adiós, el bienvenido seas, la caja de Pandora, el caos, la insatisfacibilidad, el desdén pero el horizonte borroso que se pinta a simple vista. Ese horizonte que no se sabe exactamente a donde es que ha de llevarle a cada uno, pero que se pinta. Para muchos el comienzo de todo, para otros el final o la simple estabilidad; hay a quienes les tiene sin cuidado.
Aquél que se acongoja así mismo con sus propias palabras no es más que un triste obligado a sonreír en pleno juzgado para su muerte. No es más que el bufón de la gente, aquél que está allí con una sonrisa en la cara, con una energía que tal parece real y quien al llegar a su destino y al retirar el maquillaje tan sólo puede percibir una mirada triste, una mirada vacía, sínica y desinhibida. Con la cara pisoteada, lleno de cansancio sólo opta por irse a dormir, a descansar a dejar que su mente se libere de la realidad que le pisotea cada parte de su cuerpo; sólo desea soñar.
Llega el atardecer, el amanecer, la noche, finalmente da igual. Quien se flagela por sus propias acciones está finalmente sentado casi que rompiendo cada letra que se atraviesa por su cabeza. Lleno de rabia se mira al espejo, le golpea hasta que lo rompe y sus manos comienzan a sangrar, pero ya el dolor físico no le aflige, ese siempre termina por curarse, la sangre derramada no será jamás igual que las lágrimas que lloró su alma en instantes de desesperación, el dolor físico es simplemente una excusa para liberar la tensión interior que es aquella que le aflige, aquella que hace que se acongoje en su propia compasión.
Entendimiento, flagelación por aquél odio interno que le produce la impotencia de no poder alcanzar lo que desea por el simple hecho de no sentirse capaz de alcanzarlo, el sinsabor que le deja una lucha casi mortal, una batalla sin sentido que le ha dejado la mitad de su ejercito muerta y la otra mitad malherida al borde de la muerte.
Interrogantes, sólo interrogantes en sus ojos, en su mirada, en su cuestionamiento interior, sólo se ve pintado en la cara de cada débil a quien un día le hizo daño. Sólo puede comparar su desdicha con la fascinación que le perturba pero que le proporciona el sufrimiento ajeno. Quizás sea por eso que paga ahora con su propia podredumbre interior; probablemente por eso fue que decidió una vez más mirar con su mirada narcisista al espejo y encontrarse con una cara demacrada llena de infinitas arrugas carcomiendole el rostro. La podredumbre de su alma finalmente se manifestó en su calvicie, en el odio que se tiene a sí mismo por verse de tal manera. Su extremista manera de contemplar la vida, su fascinación por el odio, por la deslealtad y por la soledad que ahora le carcome le agobia, le agobia la existencia, pero ya es demasiado tarde, los años han decidido cobrarle cada hora de existencia con desidia y con rencor, el mismo que sintió con el pasar del tiempo.
Simplicidad, un sueño efímero convertido en hipocresía, ensueños marcados en las hojas secas, la misma fragilidad con la que se rompe a medida que se da un paso sobre ellas, la misma fragilidad con la que el hielo se rompe al posar un pie y dar un paso en falso para caer en el agua helada que roba cada indicio de pureza cuando se cae entre las aguas negras.
Fatalismo, incredulidad, ridículo pero perpetuo en algunos casos, engaños. Tantas adivinanzas en juegos de preguntas que frustran, que arrastran, que simplemente abandonan y dejan a la deriva. ¡No más! No es bienvenida tal sensación de desigualdad cuando bien se sabe que la igualdad es lo mismo que nada, que se camufla en la desconfianza, en la indecisión de aquellos que bien clara tienen la respuesta pero que no son capaces de afrontar las consecuencias de ella. Adivine usted quién, adivine usted por qué. Es imposible recordar las marcas, las etiquetas que se nos lanzan encima para aprisionarnos mientras nosotros sumidos por el temor actuamos por defecto. Es imposible cuestionarlos a ellos si no son capaces de hablar con la verdad. Son frívolos, desean cada pieza que pueden obtener de los demás. Son tan frívolos como irreales, como ridículos, como creados por la imaginación propia de aquellos dementes sin control. Aquellos estrafalarios seres sumamente detestables con los cuales todos habremos chocado un par de veces cruzando la calle.

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