lunes, 8 de marzo de 2010

Cuatro cuartos

De nuevo el cielo cenizo se posa sobre mi llevándome a recovecos que sólo identifico después de situaciones ajenas, después de esconderme bajo las piedras donde igualmente puede encontrarme con facilidad.
Auscultar mis recuerdos y memorias varias, ha llegado a subirme bastante los niveles aquellos que surgen desde lo más adentro de mi. No recuerdo muchas veces aquello que debería, pero hay ciertas cosas que con fascinación se adhieren a mi, quitándome el poder absoluto de todo lo que respiro y adquiero a diario.
El preludio de cada situación me resulta excitante, pero con el tiempo se desgasta y llegan aquellas ridiculeces que con tanto esmero pueden subirme y bajarme del limbo en el que a veces llego a vivir. Una montaña rusa de ilusiones sube y baja hasta que por fin se desploma y todo queda volando en el aire, mientras tanto yo sigo su juego y me esmero por recoger las pequeñas piezas de todo aquello que se ha quedado flotando en el devastador aire que me corroe.
Tanta inseguridad me lleva a una condena donde estoy a punto de perder mi cabeza a causa de una desesperación infinita, tanto así, que ya no necesito la noche, ni la luna y mucho menos las estrellas como motivo de inspiración. Todo ha cambiado, todo parece haber sido agitado con ansias puras, con deseos intensos, de nuevo se ha desordenado aquél orden perfecto que muchos llamaron caos pero que para mi alguna vez fue locura, que para mi por mucho tiempo fue el orden donde no se permitían manos ajenas.
Escucho las voces del silencio, las gotas que caen desde bien arriba y pueden mojarme y causarme un extraño sentimiento de ternura, gracia y algo de nostalgia. Frías como el hielo logran colarse por las fibras de mi ropa y empaparme el alma; Me empapan de ellas y logran colarse por entre mis poros, logran posarse en mi pelo mientras hacen un desfile que sólo nosotros entendemos, mientras se tiñen del color de éste y bajan una tras otras como si compitiesen por ser las primeras que llegan a tocar el suelo.
Percibo como a mi al rededor el mundo gira sin detenerse, sólo yo me quedo quieta viendo con impresión como todo gira y gira, como el agua me moja más y más y veo como mi vida se desvanece al sentir cada inhalación y como al final termino con una sobredosis de aire y vomitando sobre mi alma. Siento como la banda sonora de mi vida sube y baja el volumen constantemente, como me abandona en aquellos momentos donde me quiero olvidar de todo y deseo volver a la realidad, a esa realidad que muchas veces creo de otros excepto mía.
Me rehuso a jugar, esta vez sólo quiero ser un espectador más. No quiero empezar a ser objetiva dentro de mi subjetividad, aunque tal vez sea ése el cambio que necesito... señalar con la punta de mi dedo índice no me aflige pero sé que a muchos lo haría, no quiero causar más caos del que ya existe, no quiero personificar aquellos seres inexistentes que para mí son tan tangibles. No quiero ser ese personaje una vez más ni quiero volver a esos sueños de importancia que me tornaban personalmente agresiva. No quiero revivir historias que ya tienen un nudo con moño y que no me interesa destapar por más tentador que me parezca que sea.
Todo se mueve a cuatro cuartos, toda la musicalidad sigue en su esencia pero a veces pierde el exquisito sabor que puede brindarme toques con sabor a amareto. El café ya no me sabe igual y lo frívolo se torna tan real que me es imposible mirarle a los ojos, me es imposible mirar aquellos ojos acusadores que me invitan a bajar la mirada, y que más que una invitación, son una obligación a reprimirme, a oprimir mi alma contra el pecho para que no salga volando como muchas veces ha deseado. Libre, sin tapujos ni miedos, sólo efímeros momentos de convicción que me hielan, que me arrancan los destellos hipnotizantes y calumniadores.
Resguardo la miseria, el acabose de todo aquello, la frialdad con la que las palabras empiezan a apuñalarme sin gloria, sin sentido, con tanta fuerza que me resulta doloroso tan sólo imaginarlo.
Sí, debo aceptar que por mis pestañas se deslizan ciertas cascadas, se derrama la furia, la tristeza, el miedo de vivir cada día y que sea como el día anterior. Aquél temor a los cielos cenizos anaranjados que en tantas ocasiones me hacen suspirar, pero que esta vez me llevarían a refugiarme en mis pensamientos más concisos y delicados, aquellos que siempre terminan encerrándome en la caja aquella de madera imposible de romper porque soy débil, porque aunque haya decidido renacer y ponerle las fuerzas necesarias a mis piernas para poderme levantar de nuevo, me es imposible caminar recto una vez más.
Camino sobre las huellas, sobre los pasos que me han marcado, no sé si hago bien, pero al menos es una señal de que algún lado llegan. Sin embargo, me gustaría pensar que son mis propios pasos los que me llevan a la luz final, esa que veo al fondo y que cada vez se aleja más. Aquella que me cansa, que me derrite bajo cielos soleados y que me vuelve hielo a medida que cae hielo sobre mi, sobre mis pestañas quemándome y volviéndome dura como una roca de aquellas que parecen ser fuertes, pero que finalmente cuando se lanzan al piso se rompen en pequeñas partículas.
Me oculto bajo un escritorio de madera que huele a humedad y a madera podrida, allí escondo mis sentimientos que se aferran a mi con sus garras afiladas, allí parecen estar a salvo, allí parece que sólo yo podré ser dueña de ellas, y aunque el olor de la podredumbre me molesta un poco, no hay nada más hermoso que aquél escritorio de memorias, recuerdos, papeles con palabras incoherentes que terminan por ser el rompecabezas al que le hacen falta muchas fichas.
Eso esperaba, eso deseaba, ahora que he logrado sacar un poco de ir es hora de descansar. Caeré profunda y no pretendo soñar, no pretendo ocupar mi mente en nada más que no sea el descanso. Ojalá tuviera el dominio total de mi subconsciente, así podría decidir qué eso que realmente quiero ver mientras mis ojos se encuentran cerrados.
A veces la ceguera me resulta más amable.

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